Cuando contratamos u obtenemos como servicio el poder de una empresa, cuando vamos al médico o a un centro de formación renunciamos a realizar tales labores porque su especialización nos supone un beneficio personal que no podríamos obtener en el tiempo en el que necesitamos su intervención.
Es imposible que un solo ser humano abarque todos los conocimientos, los domine y ejerza. El conocimiento ocupa lugar, y cuanto más compleja es la sociedad más inabarcable resulta para una persona individual, de ahí que los trabajos complejos solo puedan realizarse por equipos.
Las sociedades complejas tienden a crear de poderes jerárquicos que alienan a las personas, que renuncian, voluntariamente o por la fuerza, a desarrollar su propio poder.
Una persona empoderada es aquella que domina su poder personal. Los casos mas claros los tenemos en el mundo profesional en el que personas formadas en una especialidad desarrollan su experiencia en un grado acorde a las normas profesionales y convenciones sociales comunes a ellas. Su poder está personalizado, adaptado a sus capacidades, valores y experiencia con el que domina un territorio en el que desarrolla una actividad necesaria a la sociedad en la que vive. El dominio de su poder le aporta experiencia, seguridad y la curiosidad necesarias para la innovación.
Quienes se empoderan tienen capacidad para generar cambios, grandes y pequeños, que afectan, implican, o incluyen el poder de otras personas cuya colaboración es imprescindible para cumplir su función social.
Han contribuido al progreso científico/técnico, a la reivindicación social y a los fenómenos colectivos de empoderamiento, pero también han sido perseguidos por el poder establecido, como sucedió a muchos científicos de la ‘Revolución Científica’ de los siglos XVI y XVII, o en casos contemporáneos de mobbing laboral.
Corren riesgos en su propio entorno por ser diferentes a la mayoría conservadora de la sociedad que ve con recelo su actividad que puede ser percibida como una amenaza. Los cambios en su actitud, dedicación o posición social suponen primero una reto para el poder establecido al que se reclama que ceda competencias que domina y después, una vez se ha organizado el nuevo poder, se produce un reequilibrio en la organización social, un nuevo estatus que le incluye junto con las mejoras que aporta.
El proceso
El deseo de obtener la felicidad, la realización de nuestros valores, nos lleva a adquirir los conocimientos necesarios y a usarlos entrando en un proceso que puede ser personal o una combinación de empoderamiento social y personal.
El cambio de actitud se produce por iniciativa propia aunque la motivación y el conocimiento necesario se obtengan de forma inconsciente.
En la comunicación diaria obtenemos mucho conocimiento de otras personas que modifica la comprensión de la sociedad y puede motivar procesos de empoderamiento.
Pequeños cambios en el conocimiento que manejamos nos sitúan en una posición desde la cual se ve distinto lo que nos rodea, activan nuestras emociones y deseos de forma que cambia nuestra actitud.
Si con el conocimiento adquirido mantenemos una actitud pasiva renunciamos a usar nuestro poder, aceptamos aquello que han hecho para nosotros (aunque sea nocivo para la salud, el medio ambiente, o la sociedad). Seremos solo nuevos consumidores en la nueva situación en la que hemos entrado como lo eramos antes en otras.
La nueva información sin embargo puede volvemos más críticos si sometemos a reconsideración decisiones previas o posibles decisiones nuevas. La actitud crítica puede llevarnos a usar nuestro poder para incidir con nuestros valores en la realización de determinados bienes o para obtener el derecho a hacerlo:
- Nos hacemos ciudadanos empoderados si intervenimos de forma personal directamente en ellos o mediante recursos sociales (instituciones) fijamos por ley sus condiciones de realización.
- Nos volvemos personas innovadoras, activistas, emprendedoras, asumiendo riesgos para conseguir mejoras tecno/científicas, económicas o sociales.
El dominio jerárquico habitual lleva a la propagación de la inconsciencia pero no anula la libertad del individuo de empoderarse, de actuar por decisión propia en base a su conocimiento y capacidad racional. Como el origen es un cambio de conocimiento el empoderamiento puede ser una decisión consciente, que se puede aprender, algo que ya se conoce por los expertos en recursos humanos que saben como educar la respuesta emocional.
Quienes dominan en la sociedad no suelen ver con buenos ojos el empoderamiento de otras personas en su ámbito de dominio, son cada vez más conscientes del papel que juega la información y si está a su alcance usan la desinformación como herramienta al servicio de su poder. Una persona desinformada es alienada, no es una amenaza para el poder establecido, pero puede llegar a causar daños, a si misma o sociales, si actúa convencida de la veracidad de la desinformación.
Empoderad@ Yo
Sin embargo una persona empoderada puede trabajar contra la sociedad si en la relación entre el nosotros y el yo opta preferentemente por este último. Su empoderamiento puede perseguir exclusivamente su beneficio personal y ser por tanto causa de explotación, daños sociales y corrupción. Creará una estructura jerárquica capaz de movilizar el poder de personas alienadas en su beneficio o escalará compitiendo en una estructura ya existente con el mismo fin.
Solo la existencia de una ética social mayoritariamente aceptada nos permitirá activar una respuesta moral de la sociedad capaz de detener la acción destructiva de pocas personas pero con un importante poder en sus manos.
Nosotr@s empoderad@s
En el equilibrio que se establece en cada persona entre el Nosotros y el yo hay siempre una relación contradictoria pero fluida entre empoderamiento y alienación de forma que aunque en la vida social predomine la alienación no es igual en cada individuo y en cada uno de los valores que integran su identidad. Así suceden fenómenos sociales de empoderamiento de pequeña escala que no atraen suficientemente a la prensa y pasan desapercibidos. Otros sin embargo nos imantan y nos hacen participar sin estar objetivamente en ellos como sucedió en las movilizaciones del 15M que introdujeron un nuevo vocabulario político y cautivaron a la mayoría de la sociedad.
En la primavera de 2020 la pandemia de Covid_19 atemorizó a la sociedad que se sintió indefensa y se organizó espontáneamente en redes solidarias. Se empoderó para fortalecer unos servicios sanitarios debilitados por la privatización. Muchas personas se ilusionaron pensando que la respuesta se extendería a otros aspectos sociales, sin embargo el empoderamiento no afectó a la comprensión global de la sociedad sino solo al riesgo presente de forma que meses después, en la segunda ola de la pandemia y una vez desactivadas las redes solidarias, volvieron los ataques a la sanidad sin que se volviera a producir la misma respuesta social.
Años antes en las costas de Galicia se fraguó una catástrofe medioambiental por el naufragio del petrolero Prestige sin producir una respuesta adecuada de la administración del estado. Grupos de voluntarios se empoderaron para salvar la vida y la belleza de la Costa de la Muerte (Costa da Morte).
Son muchos los episodios como estos en los que se produce un empoderamiento espontáneo de la sociedad. En ellos siempre se da una revisión de donde empieza y termina el bien privado y donde empieza y termina el bien común. Recordamos los casos más impactantes, las revoluciones que implican a la mayoría de la sociedad cuestionando el poder del estado. En todas ellas se producen situaciones espontáneas de doble poder en las que la sociedad empoderada quiere realizar sus aspiraciones y producen en muchos casos daños a la sociedad que sus protagonistas, de haber actuado de forma consciente, no aprobarían.
La literatura política hasta hoy día vive cegada por estas situaciones que pretende controlar y a las que ha convertido en fetiches del cambio renunciando a comprender los fenómenos sociales en su aspecto humano que contienen tanto el problema como la solución si aprendemos como funciona en nuestro ser colectivo el conocimiento y los valores sociales e individuales que activan la búsqueda de la felicidad, que subyacen en la inteligencia colectiva que se genera y viven en cada una de las acciones en las que las personas concretas que los llevan a cabo son decisivas.