VIII – Educación para el común

La educación es uno de nuestros bienes comunes más antiguos, la practicábamos sin tener escritura. L@s ancianos transmitían su sabiduría con sus relatos y la recibíamos felices para ser un día cazadores/recolectores y contribuir al bienestar de nuestro grupo humano. Aprendíamos los poderes de la naturaleza, el agua, el viento, el fuego… también los mitos, de los que ahora podemos incluso reírnos aunque entonces nos unían, y con ellos reconocíamos el poder de los brujos y de los cazadores más hábiles, nuestros líderes, invencibles a nuestros ojos. Todo ello nos mantenía unidos y nos permitía sobrevivir.

Muy poco cambiaba con el transcurrir del tiempo, Nosotr@s, como hacemos ahora, protegíamos nuestra identidad de las amenazas externas. Había penurias, muchos se iban temprano por la enfermedad o las difíciles condiciones de vida y muchos llegaban, perdiendo a veces a sus padres o madres, aún así, a pesar de los dolores de la vida, parecíamos libres y probablemente la mayoría así lo creían.

No eramos conscientes del porqué de nuestra individualidad, de las capacidades del intelecto personal, aunque también entonces algun@s no seguían las reglas, experimentaban, desarrollaban su curiosidad y creaban pequeñas innovaciones de las que nos beneficiábamos todas y sin las que sería imposible comprender nuestra evolución. Desde entonces la educación acompaña al bien común facilitando el conocimiento necesario para conseguir la felicidad según el momento evolutivo que vivimos.

La enseñanza debe responder a los retos de la sociedad y preparar a cada persona para ser parte de Nosotr@s sin perder su libre albedrío. Hoy es clamorosa la disociación entre su fin social y sus objetivos reales:

  • Crear personas pasivas, alienadas y homogeneizadas por el currículo, para servir al beneficio privado de otr@s.
  • Crear una conciencia de consumo, como servicios privativos, de los bienes comunes, ocultando su origen social.
  • Facilitar un conocimiento cuadriculado y cuarteado que nos impide la visión del conjunto: la sociedad y sus bienes comunes y nuestra posición personal en la sostenibilidad de la vida en la tierra.
  • Impedir el desarrollo de la capacidad racional y científica que nos caracteriza dejándonos indefensos ante la manipulación.
  • Fomentar la competencia individualista impidiendo la colaboración, el trabajo en grupo, la intercomunicación y empatía personal.
  • Despreciar la personalización en la organización de la enseñanza perdiendo la riqueza de las capacidades individuales que nos hacen distintos unos de otros.
  • Normalizar el fracaso y la discriminación según los objetivos curriculares lo que lleva a muchas personas al aislamiento, la depresión o tornarse antisociales.
  • Desconectar ciencia arte y humanidades y fomentar la memorización de forma que se dificultan la creatividad y la innovación.
  • Ausencia de la ética en la formación de la personalidad de los niños tolerando las malas prácticas en virtud del éxito personal en la competencia.

A pesar de la importancia de las cifras de fracaso escolar seguimos percibiendo el valor de la educación: las personas conscientes o comprometidas se dan cuenta de las dificultades, profesionales, con vínculos emocionales con su labor educativa, intentan mitigar el fracaso del sistema incluyendo cambios que les supone asumir personalmente riesgos que pueden tener consecuencias laborales. A las personas que recibimos la educación no nos cuadra la formación recibida con la abundante información que recibimos directamente, por otros medios o aprendiendo de nuestra propia experiencia. Inconscientemente nos parece que ‘no es por ahí’, seguramente los pedagogos pueden dar soluciones y una reorientación global del sistema educativo, pero como en todo lo demás, el estado, en quien aún se depositan algunas confianzas, organiza la educación según los intereses de una minoría de la sociedad, privatiza recursos de la enseñanza pública, financia con recursos públicos formación privada ideologizada, titulaciones comerciales… de forma que la política educativa, algo que nos debía unir, no hace sino causar división en la sociedad.

Las amenazas globales, la sostenibilidad, el cambio climático, la pobreza, la explotación, las tendencias totalitarias, la discriminación política, racial, sexual… dan un contexto complejo de emergencia al momento que vivimos del que no nos podremos evadir. Las personas formadas para actuar por si mismas, documentarse, evadir la manipulación, colaborar en su comunidad, innovar… son muy necesarias para el cambio, por el interés de la humanidad y por el suyo propio. Se integrarán mejor en la sociedad en el proceso de cambio y podrán contribuir con sus capacidades a aminorar las consecuencias por no haber actuado antes.

Para sobrevivir debemos cambiarnos en un acto consciente y voluntario, no llevado por la represión o la violencia, sino por la educación de nuestra inteligencia emocional para el ejercicio del poder, evolucionando como sociedad, guiados por el bien común y la felicidad de cada cual.

Millones de seres humanos pasivos, engañados, haciendo lo contrario de lo racionalmente recomendable, son un peligro para si mismas y para la sociedad. Podrán cambiar y contribuir con inteligencia social y su propia actuación si la sociedad dispone de los medios, la política educativa adecuada y una actitud moral y ética, que sirva de referencia para el cambio de quienes hayan salido de la distopía y actúen como personas conscientes del bien común y de si mismos. Al conjunto de cambios, por diferencia con la educación oficial, podemos denominarlos Educación para la colaboración, y a esta mas la educación que transmite con sus prácticas el conjunto de la sociedad, una educación para el bien común.

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